El tema de la educación es fundamental para la sociedad, ya que a partir de ella es que se moldean los hombres que formaran la sociedad del porvenir. Por lo tanto, las políticas educacionales tienen por interés servir a la configuración (y a la perpetuación) de la sociedad.
Y a partir de las iniciativas gubernamentales actuales es que podemos sostener la existencia de una tendencia en la educación tendiente a segmentar a los estudiantes en dos campos definidos: el de los provenientes de hogares modestos y el de los provenientes de hogares acomodados. La segmentación de los estudiantes en estos dos campos responde la realidad de la sociedad chilena, dividida entre trabajadores y explotadores, y a la realidad que la clase dominante pretende reproducir de cara al futuro, para asegurarles a sus propios hijos la riqueza que les niegan a los hijos de los trabajadores.
En el mes de noviembre las fuerzas neoliberales y derechistas en el poder (la Concertación y la Alianza) rieron ante cuanta cámara de televisión les pusieran por delante para celebrar la perpetuación del sistema educativo chileno, el sistema de la desigualdad institucionalizada. Ambas fuerzas se colocaron de acuerdo, demostrando una vez más que entre ellas no hay diferencias sustanciales, para “maquillar” el sistema educativo legado por la Dictadura (la tristemente conocida LOCE, Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza) a través de la nueva LGE (Ley General de Educación).
¿Por qué sostener que realmente no hay cambios entre una y otra Ley?
Porque no resuelve el principal problema de la educación pública en Chile: la municipalización de la educación pública. Los desastrosos resultados de esta política implantada en la Dictadura quedan de manifiesto a partir de los resultados de la última PSU, en donde sólo dos establecimientos municipales (entre ellos el tradicional Instituto Nacional) se encuentran dentro de los 100 mejores planteles. Mientras que se registra un aumento sostenido de los establecimientos particulares ligados al Opus Dei (agrupación ultra conservadora de católicos fundamentalistas ligados a los grandes empresarios, que envían a sus hijos a estudiar allí) y de las instituciones de tradición germana (donde estudian mayoritariamente los hijos de los millonarios descendientes de alemanes). Colegios como Los Andes, Los Alerces, Tabancura y Cordillera, del Opus Dei, y los colegios Alemanes de Villarrica, de Temuco y de Las Condes, figuran todos en la selecta lista de los colegios con mejores resultados en la PSU.
La razón de fondo de esta profunda desigualdad en los resultados de la PSU, que a fin de cuentas implica la desigualdad social en el ingreso a las universidades, está en la necesidad que tiene el sistema del capitalismo neoliberal de dividir a la sociedad en dos grupos: el de los explotadores y el de los explotados; los primeros se preparan en su infancia y en su temprana juventud en los mejores colegios, con excelente infraestructura, con los mejores profesores, con los mejores materiales de estudio, en definitiva, la mejor educación. Mientras que los hijos de los trabajadores se preparan en los colegios en donde hay carencia de todo. Estas desigualdades quedan patentadas firmemente a través de la PSU, verdadero colador que filtra de manera fina a los pobres, mientras hace que los ricos estudien en las mejores universidades y se conviertan en los futuros poderosos del país, exactamente como hasta ahora lo han venido siendo sus padres y sus abuelos. Los pobres, mientras tanto, deberán endeudarse para estudiar en alguna institución de educación superior de dudosos prestigio, en donde serán formados como mano de obra barata, para que continúen con la labores que generación tras generación les viene asignando el sistema capitalista, procurando asegurar hasta la eternidad que los hijos de los ricos sigan siendo ricos, y los hijo de los pobres sigan siendo pobres. En tales condiciones, hablar de superación de la pobreza o de movilidad social es una falacia, una mentira más de los poderosos.
Las promesas de los politiqueros suenan bonito. Para ellos la LGE servirá para “mejorar la calidad y la equidad en la educación”. Pero no podemos creer en sus dulces palabras. No. Ya tenemos suficiente para dejar de creerle a estos charlatanes. Un ejemplo de actualidad lo tenemos en el pase escolar. Los estudiantes no olvidamos la promesa de Bachelet en junio de 2005 de que el pase escolar sería de uso irrestricto la 24 horas, los 365 días del año… Y ahora en verano tenemos que pagar pase adulto. Esas son las promesas de estos farsantes. A no confiar más en ellos, a confiar en nuestras propias fuerzas, en nuestra capacidad de organización, en nuestra lucha: Juntos PODEMOS cambiar la educación, Juntos PODEMOS cambiar la sociedad.
CAMARADA SANTIAGO MORALES
Y a partir de las iniciativas gubernamentales actuales es que podemos sostener la existencia de una tendencia en la educación tendiente a segmentar a los estudiantes en dos campos definidos: el de los provenientes de hogares modestos y el de los provenientes de hogares acomodados. La segmentación de los estudiantes en estos dos campos responde la realidad de la sociedad chilena, dividida entre trabajadores y explotadores, y a la realidad que la clase dominante pretende reproducir de cara al futuro, para asegurarles a sus propios hijos la riqueza que les niegan a los hijos de los trabajadores.
En el mes de noviembre las fuerzas neoliberales y derechistas en el poder (la Concertación y la Alianza) rieron ante cuanta cámara de televisión les pusieran por delante para celebrar la perpetuación del sistema educativo chileno, el sistema de la desigualdad institucionalizada. Ambas fuerzas se colocaron de acuerdo, demostrando una vez más que entre ellas no hay diferencias sustanciales, para “maquillar” el sistema educativo legado por la Dictadura (la tristemente conocida LOCE, Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza) a través de la nueva LGE (Ley General de Educación).
¿Por qué sostener que realmente no hay cambios entre una y otra Ley?
Porque no resuelve el principal problema de la educación pública en Chile: la municipalización de la educación pública. Los desastrosos resultados de esta política implantada en la Dictadura quedan de manifiesto a partir de los resultados de la última PSU, en donde sólo dos establecimientos municipales (entre ellos el tradicional Instituto Nacional) se encuentran dentro de los 100 mejores planteles. Mientras que se registra un aumento sostenido de los establecimientos particulares ligados al Opus Dei (agrupación ultra conservadora de católicos fundamentalistas ligados a los grandes empresarios, que envían a sus hijos a estudiar allí) y de las instituciones de tradición germana (donde estudian mayoritariamente los hijos de los millonarios descendientes de alemanes). Colegios como Los Andes, Los Alerces, Tabancura y Cordillera, del Opus Dei, y los colegios Alemanes de Villarrica, de Temuco y de Las Condes, figuran todos en la selecta lista de los colegios con mejores resultados en la PSU.
La razón de fondo de esta profunda desigualdad en los resultados de la PSU, que a fin de cuentas implica la desigualdad social en el ingreso a las universidades, está en la necesidad que tiene el sistema del capitalismo neoliberal de dividir a la sociedad en dos grupos: el de los explotadores y el de los explotados; los primeros se preparan en su infancia y en su temprana juventud en los mejores colegios, con excelente infraestructura, con los mejores profesores, con los mejores materiales de estudio, en definitiva, la mejor educación. Mientras que los hijos de los trabajadores se preparan en los colegios en donde hay carencia de todo. Estas desigualdades quedan patentadas firmemente a través de la PSU, verdadero colador que filtra de manera fina a los pobres, mientras hace que los ricos estudien en las mejores universidades y se conviertan en los futuros poderosos del país, exactamente como hasta ahora lo han venido siendo sus padres y sus abuelos. Los pobres, mientras tanto, deberán endeudarse para estudiar en alguna institución de educación superior de dudosos prestigio, en donde serán formados como mano de obra barata, para que continúen con la labores que generación tras generación les viene asignando el sistema capitalista, procurando asegurar hasta la eternidad que los hijos de los ricos sigan siendo ricos, y los hijo de los pobres sigan siendo pobres. En tales condiciones, hablar de superación de la pobreza o de movilidad social es una falacia, una mentira más de los poderosos.
Las promesas de los politiqueros suenan bonito. Para ellos la LGE servirá para “mejorar la calidad y la equidad en la educación”. Pero no podemos creer en sus dulces palabras. No. Ya tenemos suficiente para dejar de creerle a estos charlatanes. Un ejemplo de actualidad lo tenemos en el pase escolar. Los estudiantes no olvidamos la promesa de Bachelet en junio de 2005 de que el pase escolar sería de uso irrestricto la 24 horas, los 365 días del año… Y ahora en verano tenemos que pagar pase adulto. Esas son las promesas de estos farsantes. A no confiar más en ellos, a confiar en nuestras propias fuerzas, en nuestra capacidad de organización, en nuestra lucha: Juntos PODEMOS cambiar la educación, Juntos PODEMOS cambiar la sociedad.
CAMARADA SANTIAGO MORALES